Gertude Elizabeth Margaret Anscombe (1919-2001)
Manuel Liz
Tener tres nombres es un problema. Habitualmente, Anscombe viene precedida por las siglas G. E. M. Y cuando se usa un nombre, suele ser Elizabeth. Nació el 19 de marzo de 1919, en la verde Irlanda. Murió el 5 de enero de 2001, en Inglaterra. Cabe decir que Anscombe desarrolló una vida sumamente académica, centrada geográficamente en el área conocida como Oxbridge. Estudió en Oxford y fué durante muchos años profesora de filosofía en Cambridge, donde pasó a ocupar la cátedra que anteriormente ocupara Wittgenstein. También fue miembra de la Academia Británica y de la Académica Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Y entre las multiples distinciones que recibió, destaca el doctorado Honoris Causa concedido, en 1989, por la Universidad de Navarra.
Anscombe formó parte del círculo de amistad íntima de Wittgenstein. También Philippa Foot e Iris Murdoch. Tras la muerte de Wittgenstein, en 1951, Elizabeth Anscombe, Rush Rhees y Georg von Wright se convierten en albaceas de su legado filosófico, responsabilizándose de la edición y publicación póstuma de sus manuscritos. Anscombe figura como editora y traductora al inglés, a veces también introductora, de la mayoría de los escritos de Wittgenstein posteriores al Tractatus, entre los que se incluyen Philosophical Investigations (1953), Notebooks 1914–1916 (1961), On Certainty (1969), Remarks on the Foundation of Mathematics (1956) y Zettel (1967).
Anscombe, Philippa Foot, Iris Murdoch y Mary Midgley forman un conjunto distinguido de autoras que constituye a mediados del siglo pasado un caso único de escuela filosófica formada sólo por mujeres. Común a todas ellas es la defensa de la existencia de valores intrínsecos, que, aunque no puedan definirse con precisión, sí pueden intuirse a través de ejemplos concretos, y la sospecha de que las personas tienen ese tipo de valor que no se reduce a normas, contratos o utilidad. Esta defensa se encuentra también muy presente en el llamado Grupo de Bloomsbury, liderado por Virginia Woolf y con fuerte influencia del filósofo idealista McTaggart.
Pero con independencia de todas estas conexiones, los planteamientos filosóficos propios de Anscombe fueron tremendamente originales e influyentes. En sus primeros trabajos, aborda el tema de la causalidad desde nuevos enfoques al margen de la ortodoxia. Argumenta, por ejemplo, que la causalidad no implica determinismo. Su ilustración de esta tesis, ya un clásico, es la siguiente. Supongamos un contador Geiger conectado a una bomba. La bomba explotará si el contador detecta un determinado nivel de radioactividad. Dicha radioactividad es generada por procesos cuánticos de manera radicalmente aleatoria. Tenemos aquí una indudable conexión causal entre cierta medición y la explosión de la bomba. Sin embargo, no hay nada que determine la explosión de la bomba.
Otro tema importante de su etapa inicial es el del significado de la palabra “Yo”, en respuesta crítica al cogito cartesiano. Que yo sea Elizabeth Anscombe no es una proposición necesaria, obviamente. Ni que yo sea Manuel Liz. Yo podría haber sido Elizabeth Anscombe. Con perdón de Kripke, en algún sentido esto es posible: Yo podría haber sido Elizabeth Anscombe. Y Anscombe quiere que nos fijemos en ese sentido. Pero, entonces, la proposición “Yo soy Manuel Liz”, en ese sentido de la palabra “Yo”, no puede expresar estríctamente una identidad. Si expresara una identidad, de ser verdad debería ser una verdad necesaria. Así pues, la palabra “Yo” no significa lo mismo que el nombre “Manuel Liz” (dicho de otro modo, el nombre “Manuel Liz” tiene menos rigidez que la palabra “Yo”). Afirmar entonces algo como “Yo pienso” no significa lo mismo que afirmar “Manuel Liz piensa”. Y si podemos repetir estas observaciones con cualquier otro nombre o descripción, y podemos hacerlo, ¿qué puede significar lo que Descartes quiso decir en su cogito? ¿Qué puede significar su Cogito ergo sum para cualquier otro sujeto? ¿Tal vez, simplemente, nada que pueda ser completamente relevante para su propio yo?
Los análisis de Anscombe sobre los conceptos de intención y de acción intencional también abrieron nuevos y amplios horizontes para la filosofía de la mente y de la acción, centradas en la década de los 50 en las propuestas del conductismo. Y esto es así hasta el punto que Davidson llega a afirmar de su obra Intention (1957) que ofrece las mejores reflexiones sobre esos temas que se han llevado a cabo desde los trabajos de Aristóteles sobre ética.
Hoy en día nos parece muy natural decir cosas como que las acciones se justifican mediante razones, y que deben distinguirse razones y causas. También le parecía muy natural a Aristóteles. Su teoría de los silogismos prácticos, en los que la decisión de actuar se sigue de una interacción entre creencias y deseos, articula esta manera de ver las cosas. Pero fue Anscombe quien rescató estas ideas de un largo olvido, favorecido como hemos dicho por las abundantes propuestas conductistas en la primera mitad del pasado siglo, tanto en psicología como en filosofía. Y a partir de ella, las propuestas concretas se han multiplicado.
Anscombe argumentó que además de intentar basar la ética en planteamientos kantianos, contractualistas o utilitaristas, podíamos seguir dando una oportunidad a los planteamientos basados en la virtud. Esta vuelve a ser una idea aristotélica. Y hoy en día la encontramos en ética y también en epistemología. La epistemología basada en la existencia de virtudes epistémicas es uno de los enfoques más prometedores de la epistemología actual. Otra vez, quien primero habló en términos de virtudes, ya sean morales o epistémicas, fue Anscombe.
Debemos señalar que Anscombe acuño en ética el término “consecuencialismo”. Y consideró que las consecuencias de nuestras acciones no podían ofrecer un valor ético máximo. Ni tampoco, el seguir con rigor las normas, cualquier tipo de normas. Para ella, lo único que puede contar como valor ético máximo es la buena intención de una persona.
Sin embargo, la buena intención no lo disculpa todo. Pues una buena intención no elige cualquier curso de acción. Matar inocentes como consecuencia indeseada de hacer algo con un buen propósito sólo puede estar justificado si se han examinado con cuidado todas las opciones y realmente no cabe actuar de otro modo.
Anscombe se opuso abiertamente a la concesión, por parte de la Universidad de Oxford, de un doctorado Honoris Causa al presidente norteamericano Truman después de la Segunda Guerra Mundial. Para ella, simplemente, Truman se había convertido en un criminal de guerra al decidir lanzar sobre Hiroshima y Nagasaki las bombas atómicas. Según parece, Anscombe escribió su libro Intention a fin de analizar y rechazar cierta manera muy extendida de justificar decisiones como la del presidente Truman diciendo que no había más opción si se quería acabar la guerra. Ciertamente, acabar una guerra es una buena intención, nadie lo duda. Pero esta intención sólo habría justificado la acción de lanzar las bombas atómicas sobre Japón si no hubiese existido ninguna otra manera de acabar la guerra. Y es obvio que había otras muchas maneras de acabar la guerra. Siempre las hay.
Estas ideas se conocen hoy día como la “doctrina del doble efecto”, de uso muy extendido al tratar problemas concretos en ética y en derecho. Una acción puede ser moralmente correcta aunque tenga efectos no aceptables moralmente. Puede serlo si está motivada por una buena intención y si no se tiene la intención de producir esos efectos. Los efectos se evitarían si se pudiera, pero no se puede. Los mismos efectos producidos intencionalmente convertirían la acción en una acción moralmente incorrecta. Hay por tanto “dos tipos de efectos” inaceptables desde un punto de vista moral. Los que intencionalmente se evitarían, si se pudiera, y los que se buscan intencionalmente. Y los primeros son compatibles con la corrección, o como Anscombe preferiría decir la bondad, de la acción.
Philippa Foot ha desarrollado ampliamente este tema en relación a un caso concreto: el llamado “problema del tranvía” (the trolley problem). Una versión muy simple es la siguiente. Un tranvía está a punto de atropellar a varias personas. Apretando un botón, podemos hacer que cambie de vía y atropelle tan sólo a una persona. ¿Apretaríamos el botón? ¿Es esto lo moralmente correcto? Pensemos ahora en esta otra situación. Es como la anterior pero ahora, en lugar de apretar un botón, podemos salvar a esas personas arrojando a la vía una persona gorda (así suele presentarse el caso) que se encuentra casualmente por allí. ¿Deberíamos sacrificarla para salvar a todas las demás? ¿Por qué nos parece que ahora se complican más las cosas moralmente? ¿Dónde está la diferencia? Lo que dijimos más arriba ofrece una solución.
Una parte muy importante de la ética contemporánea se ha escrito en torno a todas estas cuestiones. Judith Travis Thomson ha añadido muchas más reflexiones. También, más recientemente, Peter Unger. Podemos encontrar discusiones de problemas muy parecidos en la filosofía medieval y en la filosofía clásica. Pero también son problemas que tienen que ver con nuestras prácticas cotidianas. Es más, toda buena acción puede llegar a tener consecuencias moralmente rechazables.
Reivindicación de viejos problemas y soluciones clásicas. Hacer filosofía de modo directo y comprometido. También explorar con curiosidad y audacia nuevos territorios. Todo esto es Anscombe.
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