22 de marzo: Seyla Benhabib









Seyla Benhabib (1950)


María González



Nacida en 1950 en Estambul, Turquía, Seyla Benhabib es una filósofa y politóloga, considerada una de las teóricas feministas más influyentes de la actualidad. Compagina su labor de investigadora con su trabajo como docente de Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad de Yale, donde además es directora del Programa de Ética, Política y Economía y ocupa la Cátedra Eugene Meyer de Ciencia, Política y Filosofía. Benhabib ha consolidado su carrera como docente e investigadora en otras muchas universidades e instituciones, como la New School de Nueva York, la Universidad de Harvard o la Universidad de Boston. Desde 2006 hasta 2008, ocupó la presidencia de la División Oriental de la American Philosophical Association y, desde 2002 hasta 2008, dirigió el programa Ethics, Politics and Economics.   

Sus influencias se agrupan en los dos grandes ámbitos de pensamiento que conforman su horizonte teórico: la teoría crítica contemporánea y la teoría feminista. En este marco, definido progresivamente y de forma dinámica, autores como Hannah Arendt, Iris Young, Jürgen Habermas o Herbert Marcuse se afirman, para Benhabib, como referentes teóricos para llevar a cabo su objetivo de responder a la funcionalidad de la teoría feminista contemporánea en el pensamiento del presente ético-político internacional y sus contradicciones. Su metodología es la de un diálogo transversal y de pretensión unificadora, entre las distintas posiciones que definen el mapa actual del pensamiento político, como el comunitarismo, el posmodernismo y el universalismo. De este modo, Benhabib parte de siempre de la identificación de corrientes o pensadores y pensadoras a lo largo de los siglos XIX y XX, en los que encuentra claves y espacios para pensar lo contemporáneo.

En una época de fragmentación y cuestionamiento de la validez universal de la ética y la legalidad, Benhabib defiende que el universalismo y el proyecto ético y legal de la Modernidad sigue siendo un núcleo de mejora social, que aún se puede repensar rellenando sus carencias y negaciones en conjunción con la teoría feminista contemporánea. Benhabib pretende incluir las categorías de la teoría feminista en conexión con la visión ética liberal de la universalidad. En esta pretendida conexión, la teoría feminista sería el conjunto de herramientas teóricas para responder a una dicotomía que funciona como base y sobre la cual se articula el orden social y la agencia ética y legal del panorama político actual. En concreto, se trata de la contraposición a subvertir entre la “justicia” y el “cuidado”, es decir, entre el espacio público o la esfera de la moral universalizable y el espacio privado y doméstico, definido por la ausencia de presencia pública y capacidad política.

El espacio público o de la justicia se define con los teóricos modernos como el ámbito de justificación del orden social constituido por dos elementos, la cooperación y los derechos individuales. Este es, como diagnostica Benhabib, el espacio de sujetos autónomos, hombres libres con un espacio de decisión personal en el cual se convierten en sujetos agentes. Por el contrario, el espacio doméstico o privado, abarca un campo entero de actividad humana que, en tanto que, excluido de las consideraciones morales y políticas, pasa ser considerado natural y no social ni político. Es la esfera donde únicamente la mujer puede definirse como sujeto. La crianza, la reproducción, el amor y el cuidado forman un área definida como femenina de forma cada vez más restrictiva conforme se desarrolla la sociedad moderna. 

Esas negaciones y carencias construyen progresivamente la identidad de la mujer como privada y las afirmaciones paralelas definen al hombre como sujeto público. Esta dicotomía entre justicia/publicidad y cuidado/intimidad, conforma la construcción del yo, es decir, del sujeto masculino autónomo que debe afirmase contra la amenaza constante del otro. Así es como Benhabib define las dos categorías fundamentales a lo largo de producción bibliográfica, que representan a la vez las dos perspectivas morales con las que la autora propone definir los espacios de interacción y agencia en la sociedad contemporánea: el “otro concreto” y el “otro generalizado”. Estas dos categorías o perspectivas reflejan el orden antagónico de la Modernidad, así como su potencialidad y posibilidades.

Por un lado, el “otro generalizado” consiste en la perspectiva moral con la que un individuo es considerado racional y autónomo, o, dicho de otro modo, es la visión de los demás según la cual su identidad moral se define por lo que tiene en común todo sujeto o ciudadano como agente moral. Esta perspectiva construye una relación con el otro de igualdad y reciprocidad, limitada por normas kantianas. Por otro lado, el “otro concreto”, supone una perspectiva moral en la que el otro es entendido como resultado de una identidad cultural e histórica concreta y, por consiguiente, incide en la individualidad de cada sujeto para construir una relación de reciprocidad complementaria y de reconocimiento específico, definida por normas de cuidado y de relación emocional fuera de la legalidad. 

El diagnóstico de esta dicotomía y su expresión como perspectivas morales permiten abrir un espacio para desarrollar la citada pretensión teórica de Benhabib que, según sus propias palabras, corresponde a contextualizar lo universal. Es decir, introducir el reconocimiento de los grupos excluidos del espacio público y jurídico como las mujeres, los inmigrantes o las minorías culturales en el marco de la universalidad moral impuesta por elementos a los que, al mismo tiempo, no queremos renunciar, como la democracia o los Derechos Humanos Universales.

Seyla Benhabib es autora de varios libros sobre la teoría feminista y política contemporánea, como Crítica, norma y utopía (1986), Teoría Feminista y Teoría Crítica (1989), Las Reivindicaciones de la Cultura. Igualdad y Diversidad en la Era Global (2002) o El ser y el otro en la ética contemporánea: feminismo, comunitarismo y Posmodernismo (2006), entre otros.












Ilustración de Elena Gutiérrez Roecker 

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