31 de marzo: Mary Midgley








Mary Midgley (1919)


Mª Rosario Hernández Borges



Mary Midgley nació en Londres en 1919. Desde los doce años se formó en Downe House, un internado donde tuvo su primer contacto con la filosofía a través de los textos de Platón. En 1938 ingresó en Somerville Collage Oxford donde coincidó con Iris Murdock, Elizabeth Anscombe y Philippa Foot. Las cuatro filósofas siguieron en Oxford durante la segunda Guerra Mundial, época que Midgley recuerda como un momento singular para estudiar filosofía porque en todas era vocacional y nadie pensaba en hacer carrera de aquello. Después de solicitar un puesto en St. Hugh’s Collage que, finamente, obtuvo Mary Warnock, Midgley dejó la universidad. Vivió este cambio como un alivio ya que la atmósfera de Oxford era terriblemente crítica y destructiva para personas como ella. Ese mismo efecto consideraba que ejercía sobre su amiga Iris Murdoch (véase la biografía de Murdoch escrita por Margarita Santana). 

Uno de los datos que más se destacan en las biografías de Midgley es que escribió su primer libro a los cincuenta y seis años, después de casarse, tener tres hijos en cinco años y dejar de trabajar durante ese tiempo. Lo que antes y ahora parecería una anomalía impropia de alguien de la academia, le ha venido compensado a Midgley por el tiempo vital del que ha disfrutado. Cuando faltan pocos meses para cumplir cien años y estando todavía activa escribiendo textos filosóficos, que la primera de sus obras fuera a sus cincuenta y seis no deja de ser una anécdota. 

Aunque fue Senior Lecturer en Filosofía en la Universidad de Newcastle upon Tyne, la mente de Midgley no funcionaba, como señala su amiga Philippa Foot, ‘como la de la mayoría de los convencionales filósofos analíticos de Oxford’, y ‘encontró su fuerte siendo ingeniosa y sensata en televisión’. Su crítica hacia cierta forma de hacer filosofía académica se muestra en algunos de los principales rasgos de su actitud filosófica: el rechazo a los doctos pretensiosos, el gusto por la crítica feroz y el interés por la vida y el pensamiento, desdeñando el estilo platónico preocupado por la realidad última y desligado de lo cotidiano. De esta actitud surgen algunos de sus temas favoritos de reflexión: la metáfora de la filosofía como fontanería, (Utopias, Dolphins and Computers: Problems of Philosophical Plumbing, 1996), la crítica a la ciencia (Science and salvation, 1992; Science and Poetry, 2001; The Solitary Self: Darwin and the Selfish Gene, 2010; Are you and illusion?, 2014) y los derechos de los animales (Beast and Man, 1978;  Animals and why they matter, 1983; The ethical primate, 1994).

Para Midgley la filosofía se parece al oficio de reparar tuberías. Ha usado esta metáfora para insistir en que ‘filosofar no solo es algo sublime, elegante y difícil, sino también necesario’. Tanto la fontanería como la filosofía tienen como objeto mantener el buen funcionamiento de sistemas complejos que subyacen a culturas complejas como las nuestras. Son sistemas que han ido cambiado con las demandas de los modos de vida, pero en ninguno de los dos sistemas ha habido un diseñador ni una planificación, por lo que se vuelven intrincados y requieren de técnica especializada. En el caso de la filosofía, cuando los conceptos fallan, nuestro pensamiento se distorsiona y obtruye, pero al contrario que con la fontanería, a veces no se ve la utilidad vital de la filosofía. 

Uno de los temas por los que más se conoce a Midgley es su posición crítica contra el cientificismo, la fe ciega en la ciencia como estrategia única para responder cualquier pregunta. Por su parte, considera que la ciencia es una entre muchas formas de conocer el mundo real y nos advierte de los peligros del reduccionismo extremo, de las promesas sobre el alcance de la ciencia y de las especulaciones sobre el futuro que se basan en ideologías y que le recuerdan a ‘la vulgar y ciega euforia de los salmos’. Dentro de su crítica a la ciencia, dos de las polémicas que más repercusión han tenido es su ataque a la hipótesis de Dawkin del ‘gen egoísta’ y a la idea de Francis Crick de que ‘el alma es una ilusión perpetua’. Aunque se declara no creyente, persiste en Midgley, la hija del capellán del King’s College, Cambridge, una actitud religiosa que podría subyacer a algunas de estas críticas.

Con respecto a los derechos de los animales, fue el tema de su primer libro y ha sido una preocupación recurrente en su obra. Lo que Midgley discute son los criterios que aplicamos a la hora de definir qué es una persona con el objetivo de atribuir propiedades morales y legales. La rigidez en las definiciones nos hace olvidar la complejidad de las situaciones. Por eso, ante casos complejos debemos replantearnos nuestras concepciones previas y prepararnos para adaptar la norma legal a la evolución de las percepciones morales. Su propuesta consiste en superar la concepción racionalista kantiana de la persona y sustituirla por la idea de que lo que convierte a las criaturas en nuestros prójimos es la sensibilidad, la confraternidad emocional y la complejidad social. 











Ilustración de Elena Gutiérrez Roecker 

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Comentarios

  1. Para que el blog
    nos ayude con diversos temas interesantes hay que ir conociendo mucho más.

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