1 de abril: Hannah Arendt









Hannah Arendt (1906-1975)


Chaxiraxi Mª Escuela Cruz


En ocasiones creemos que es posible hacer justicia a una pensadora insistiendo en el papel que representan sus ideas en el presente o en el valor de sus tesis en la actualidad. Sin embargo, quizás resulte de mayor interés preguntarnos por el lugar y el significado que tiene el presente en su obra. En el caso de la filósofa alemana Hannah Arendt nos encontramos con un pensamiento permeable a los principales acontecimientos sociales, culturales y políticos que marcaron el agitado siglo XX, y que la sitúan como una de las voces más lúcidas e interesantes de la filosofía contemporánea. 

La obra de Arendt se presenta como una de las aportaciones más decisivas al pensamiento político y social de la segunda mitad del siglo pasado, al mostrarse como conciencia de un cambio epocal marcado por el derrumbe de las promesas modernas de emancipación y de libertad del mundo burgués, y por el avance de nuevas formas de horror y de destrucción. En una entrevista televisada de 1964, donde se hacía recorrido por algunas de las claves interpretativas de su rica y compleja teoría, la filósofa insistía en resaltar al afán de comprensión sin ambages que le acompañaría en sus años de formación personal e intelectual. “No me preocupa la influencia que puedan tener mis obras”, aseguraba, “lo que me preocupa es comprender, y escribir forma parte de comprender”. Difícilmente clasificable en una escuela filosófica, la obra de Arendt respondió al interés de comprender los sucesos catastróficos del siglo XX que ponían en entredicho las formas tradicionales de teoría y de praxis. 

Hannah Arendt nace en Hannover en 1906 en el seno de una acomodada familia judía. Pronto se traslada a Königsberg, antigua capital de Prusia oriental. El ambiente liberal y no ortodoxo que dominó la infancia de la pensadora, hizo que muy pronto se viera atraída por las letras y la filosofía, formándose en las universidades de Marburg, Freiburg y Heidelberg. Allí vinculó sus estudios con algunos de los pensadores alemanes más importantes del momento: Martin Heidegger, Edmund Husserl o Karl Jaspers, director de su disertación doctoral sobre el concepto de amor en San Agustín. La llegada de Hitler al poder obligó a Arendt a abandonar Alemania y refugiarse en Francia. Allí es recluida en Gurs, el tristemente conocido campo de concentración construido originariamente para albergar a republicanos españoles. De ahí escapa tras solo unas semanas de encierro, y logra exiliarse a Estados Unidos, país donde se convierte en una crítica observadora del proceso de destrucción y de reconstrucción europea tras la guerra. 

En Estados Unidos combina su actividad como docente en las universidades de California, Chicago, Columbia y Princeton con sus labores en la dirección de la Conference on Jewish Relations (1944-1946) y posteriormente de la Jewish Cultural Reconstruction Corporation (1949-1952). En estos años vería la luz una de las obras más influyentes de la filosofía contemporánea: Los orígenes del totalitarismo.

Escrita “desde un fondo de inacabable optimismo y de incansable desesperación”, Arendt analizaba en sus más de seiscientas páginas la aparición de una nueva forma de dominio basada en el terror del “todo es posible”. El nazismo en Alemania y el estalinismo en la Unión Soviética habían hecho realidad una forma novedosa de dominación distinta a la de los conocidos regímenes dictatoriales o tiránicos. Ella conducía a una quiebra civilizatoria que se resumía en el concepto de “mal radical” y ante la cual no bastaba el lamento o la denuncia, sino que exigía un verdadero ejercicio de comprensión. Comprender no es justificar, insistía Arendt, sino examinar la carga filosófica que los acontecimientos han colocado sobre nosotros, para lo cual resultaban insuficientes las categorías y las construcciones teóricas de la tradición del pensamiento político. “Cuando lo imposible es hecho posible”, escribía, “se transforma en un mal totalmente impune e imperdonable que ya no puede ser comprendido ni explicado por los motivos malignos del interés propio, la sordidez, el resentimiento, el ansia de poder y la cobardía”. En una carta a Jaspers, Arendt confesaba: “no sé lo que es el mal radical, pero debe tener que ver con este fenómeno: la superfluidad de los hombres como hombres”. Lo característico del horror totalitario es la construcción de una forma de dominación donde los individuos se vuelven accesorios e innecesarios, que conducía a la deshumanización total. Los seres humanos se tornan superfluos cuando pierden lo propiamente humano, la espontaneidad. “Dominar es despojar al otro de su espontaneidad”, convirtiéndolos en un conjunto de moribundos o muertos vivientes.  

Tras su estudio sobre los totalitarismos aparece La condición humana (1958), obra más sistemática de Arendt en la que establece una ordenación de las formas de actividad humana en una estructura tripartita: labor, trabajo y praxis. La separación entre vida activa y vida contemplativa, así como la reivindicación del sentido clásico de “lo político”, le permite concluir con la denuncia de los derroteros que ha tomado la actividad humana en la modernidad. En 1961 Arendt tiene la oportunidad de cubrir como periodista de The New Yorker el juicio al dirigente nazi Adolf Eichmann. Las notas que recabaría durante meses de escucha de alegatos, declaraciones y transcripciones judiciales terminarían materializándose en su obra Eichmann en Jerusalén. Un relato sobre la banalidad del mal, uno de los estudios más lúcidos sobre las causas y motivaciones que propiciaron el Holocausto. De manera novedosa, y no exenta de polémica, la tesis sobre el “mal banal” significaba conceder protagonismo no sólo a la racionalidad técnica y organizativa del nazismo, sino también a la terrorífica generación de sujetos normales u “hombres grises” que, como Eichmann, carecían de motivación ideológica especial y, sin embargo, participaron de manera diligente en la puesta en marcha de las tareas de aniquilación. 

Sobre la revolución (1965), Hombres en tiempos de oscuridad (1968) o Crisis de la República (1972), último libro publicado por la propia Arendt, son algunos de los títulos que seguirían a sus análisis sobre la banalidad del mal. Póstumamente apareció La vida del espíritu (1978) y la colección Ensayos de comprensión (1930-1945). Sus últimos años estuvieron marcados por una intensa actividad investigadora en la New School for Social Research de Nueva York, donde permanecería hasta su muerte en 1975. La exigencia de comprender el presente, el desafío de replantear la pregunta acerca de las posibilidades de la teoría y de la praxis transformadoras, así como la urgencia de ampliar la tradición del pensamiento político occidental a nuevas categoría y enfoques, son solo algunas de los motivos que nos invitan a repensar hoy la obra de Arendt. 










Ilustración de Elena Gutiérrez Roecker 

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