22 de marzo: Concha Roldán (Victor García Alemán)






Concha Roldán (1958)


Victor Salvador García Alemán*



Es habitual en textos como el que aquí escribo, en el que se presenta a una autora, mencionar cuál ha sido su trayectoria académica y cuáles son algunas de sus principales líneas de trabajo y aportaciones a la disciplina. Empecemos, pues, con eso. Concha Roldán es profesora de investigación en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que dirige desde el año 2008. Ha dirigido diversos proyectos de investigación de impacto nacional e internacional, siendo investigadora principal, entre otros, del Proyecto Europeo Marie Curie “Philosophy of History and Globalisation of Knowledge. Cultural Bridges Between Europe and Latin America: WORLDBRIDGES (F7-PEOPLE-2013-IRSES: PIRSES-GA-2013-612644)”, concluido en 2018, y el proyecto “El desván de la razón: cultivo de las pasiones, identidades éticas y sociedades digitales”: PAIDESOC (FFI2017-82535-P), en curso. En el Instituto de Filosofía integra el grupo de investigación Theoria cum Praxi (TcP), que toma su nombre de la divisa leibniziana según la cual la teoría debe convertirse en praxis, y ésta no puede subsistir sin la teoría. En este sentido, el lema no significa otra cosa que la fundamentación de la acción ético-política. 

Precisamente a Leibniz ha dedicado gran parte de sus esfuerzos intelectuales, como pone de manifiesto, por ejemplo, su libro Leibniz. En el mejor de los mundos posibles, de 2015. Se ha centrado especialmente en su filosofía práctica, y si en su interesante ensayo Entre Casandra y Clío. Una historia de la filosofía de la Historia (1997) se ocupó de rastrear la “herencia negativa” de la filosofía leibniziana (fundamentalmente la adopción y universalización por parte de la filosofía de la historia posterior de los principios metafísicos de razón, perfección y continuidad), también se ha encargado de mostrar lo que denominó, en “Theoria cum praxi: la vuelta a la complejidad” (1997), la “herencia positiva” del pensamiento de Leibniz: los principios de contingencia, de autonomía y de tolerancia.

Junto a este interés por la obra de Leibniz se encuentra el interés por la filosofía de la historia (que se conjugan en la consideración del filósofo de Leipzig como precursor en la constitución de la filosofía de la historia como disciplina filosófica), plasmado en traducciones de obras como Idea para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos de filosofía de la historia, de Kant. Su pensamiento sobre la historia se ha centrado especialmente en una reconsideración de la filosofía de la historia, planteándose en qué sentidos es posible seguir hablando hoy de filosofía de la historia. Fue este aspecto de su obra el que, allá por 2015, terminando los estudios del grado en Historia (y cada vez más interesado por la historia de la historiografía y por la filosofía de la historia), me encontré en Entre Casandra y Clío

En Entre Casandra y Clío, la filosofía de la historia no aparece como una captación del sentido de la historia pasada, ni como una predicción cuasi profética de la historia futura. Por aquel momento, en 2015, yo andaba (y ando) preocupado por la fundamentación del conocimiento histórico y por su valor práctico. En el libro de Concha me encontré una propuesta de poner en valor el papel del sujeto por medio de la ética. Situando la filosofía de la historia entre la ética y la historia, esta última podrá servirse de la primera para buscar el rumbo que evite la catástrofe. Así, la filosofía de la historia podría dedicarse no a hacer predicciones de futuro, pero sí a proponer cómo debiera ser ese futuro o, al menos, cómo no debiera ser jamás (Roldán, 1997). De esta manera, la crítica a la filosofía clásica de la historia tiende la mano a una propuesta de rehabilitación de una renovada filosofía crítica de la historia. Esta renovación vendría de la mano de un diálogo entre la historia (posteriormente se centraría más en la historia conceptual), la ética y la filosofía de la historia.

Esta reflexión sobre la historia también problematiza la propia noción de “saber histórico” y las experiencias, colectivas e individuales, que conforman dicho saber, pues el sujeto del mismo no es sólo aquel que estudia la historia, el historiador, sino también quienes “hacen” esa historia (o, en muchas ocasiones, la “padecen”), y que contribuyen a crear el humus conceptual de una experiencia que requiere responsabilidad ética por esos mismos conceptos. Aparece la historia, así, como la historia-materia, la historia-objeto, como el mecanismo de los hechos sociales. Y aparece la responsabilidad ética como acción pensada.

Pero su vinculación con la práctica real no acaba con su labor en la academia, pues la meta de toda sabiduría, como refleja el lema “Theoria cum praxi”, es la transformación de la realidad y de las instituciones en aras de la consecución de una mayor felicidad (Roldán, 1997). En este sentido, entre sus muchas luchas se encuentra la feminista. Por un lado, en la academia, en asociaciones como GENET, o tratando de poner de manifiesto los "conceptos" y "valores" que han alimentado el sesgo patriarcal y misógino (además de contradictorio con los ideales ilustrados) de las historias de las ideas al uso, a fin de poder proponer como alternativa historias verdaderamente "inclusivas" de la filosofía, en las que una Marie de Gournay, Anne Connway o Mary Wollstonecraft puedan aparecer junto a Descartes, Leibniz o Hume, lo mismo que Hannah Arendt y Martha Nussbaum empiezan a aparecer al lado de un Jürgen Habermas o John Rawls. Por otro (y como sabe bien que la historia “se hace”), en la calle, participando en infinidad de actos, con asociaciones, peleando por que la filosofía esté en la calle y en las aulas. Tal vez sea este último aspecto el que más valoro, y el que más me sorprendió cuando tuve oportunidad de conocerla personalmente con una beca tutorizada por ella en el marco del programa JAE-Intro.









* Victor Salvador García Alemán es alumno del máster interuniversitario de Investigación en Filosofía de la ULL.



Ilustración de Elena Gutiérrez Roecker
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