Nancy Hartsock (1943 – 2015)
María José Tacoronte Domínguez*
Un año más, se dedica el mes de marzo a las filósofas desde la periferia, desde la Universidad de La Laguna.
Es curioso hablar de periferia desde el inicio de un escrito, pero en este caso tiene mucho sentido. Como es sabido, los estudios relacionados con las mujeres, tradicionalmente o siempre, han estado relegados a un segundo plano, al igual que su pensamiento, investigaciones, descubrimientos, publicaciones, entre un largo etcétera. Esto no es casual, hay una intención clara de invisibilizar la actividad femenina, sea cual sea ésta, para no dejar rastro; para no dejarlas aparecer en los escenarios como actantes activos. En este sentido, la ciencia no ha sido aséptica ni neutral, como se la presenta y concibe desde diferentes ámbitos. Muy al contrario, esta parcela del desarrollo humano no sólo ha sido contraria a las mujeres, sino que, además, ha servido como recurso de autoridad para justificar su inferioridad biológica, intelectual y, por ende, también social, en relación con la mitad masculina.
El pensamiento que se encamina, y se ha encaminado, a fomentar la conciencia crítica y a poner en tela de juicio el proceder científico, es el feminismo de ciencia o, más concretamente, la Epistemología Feminista. Que también ha estado en la periferia, incluso, del propio pensamiento feminista en general. En este sentido, es importante la mención y el reconocimiento de la autoría femenina que ha puesto en jaque a la ciencia y a la tecnología (tecnociencia). En este caso concreto, Nancy Hartsock es un referente fundamental de estos estudios críticos.
Hartsock fue una filósofa y teórica del Punto de Vista Feminista (“Feminist Standpoint”) influenciada por el marxismo y la teoría crítica. Sus obras principales son: Money, sex, and power: toward a feminist historical materialism (Longman, 1983) y The feminist standpoint revisited and other essay (Westview Press, 1998). En ellas desarrolla su teoría sobre la influencia de la posición y localización de los y las oprimidas como fuente de conocimiento y de generación de puntos de vista que son más fieles a la realidad, en comparación con el punto de vista de los que ostentan el poder. En este sentido, la experiencia de las mujeres es privilegiada, porque permite un conocimiento más profundo del mundo social y natural. El privilegio epistémico deviene de la situación de subalternidad de las mujeres. La visión de las oprimidas es más objetiva porque no está influenciada por intereses de poder, económicos o de control. Esto las hace capaces de ver “desde dentro y desde fuera”.
Susan M.C. Hartsock fue profesora en la Universidad de Washington hasta el 2009, año en el que se retira de la docencia después de varias décadas en esta institución, en la que inició su andadura como profesora en los años setenta (1973). Impartió asignaturas relacionadas con los estudios de las mujeres, filosofía social de la ciencia, teoría feminista contemporánea y marxismo. Se doctoró en la Universidad de Chicago en 1972 con su tesis: Philosophy, Ideology, and Ordinary Language: The Political Thought of Black Community Leaders. Y fue la primera mujer contratada en el Departamento de Política de la Universidad de Michigan, en los años setenta, antes de mudarse a Washington. En su honor, tras su jubilación, se creó en la Universidad de Washington el premio: “The Nancy C.M. Hartsock Prize for Best Graduate Paper in Feminist Theory”, dedicado a los mejores trabajos de teoría feminista. Y también recibió el premio, en 1993, de la American Political Science Association Women´s Caucus.
Fue una filósofa influyente en epistemólogas como Sandra Harding o Donna J. Haraway, con las cuales coincidió en varias ocasiones, y con las que compartía muchas visiones y posicionamientos como, por ejemplo, la importancia del conocimiento situado, la influencia marxista, o la cuestión de la objetividad fuerte.
No tuve la suerte de escucharla en ninguna ponencia (quizá también debido a la periferia), pero sí tuve la oportunidad de asistir a una conferencia impartida por Sandra Harding mientras realizaba una estancia de investigación en la University of Hull (Yorkshire, Reino Unido), en septiembre de 2015, justo seis meses después del fallecimiento de Hartsock. En este caso, Harding insistió en la importancia de la categoría de experiencia de las mujeres, coincidiendo con Harstock. Ambas autoras subrayan en sus escritos la existencia de una perspectiva común a todos los sujetos que comparten la dominación, pero no universalizando o unificando las experiencias y, en este caso, a las mujeres; no es lo mismo afirmar que las mujeres tienen experiencias comunes, o que pueden compartir, que tender a homogeneizar, y decir, que todas las mujeres son iguales en sus vidas y experiencias. La opresión compartida es lo común a las mujeres, independientemente de sus diferencias múltiples. La categoría de opresión las atraviesa.
La división sexual del trabajo, para esta doctorada en ciencias políticas, es la base sobre la que se asientan las diferencias entre mujeres y hombres, pero no desde una concepción biologicista, sino desde la construcción social de lo femenino asociado a la reproducción y, lo masculino, con la producción y lo abstracto. La teoría de las relaciones objetales, de Melanie Klein, es introducida por Harstock para subrayar las dicotomías sobre las que se asientan las diferencias entre los sexos: objetivo/subjetivo; cultura/naturaleza; razón/emoción, entre un largo etcétera.
El trabajo de las mujeres ha estado orientado al cuidado y a la subsistencia, lo que las hace estar en contacto permanente con un mundo material, cambiante y cualitativo. Y esto conlleva una proximidad con la naturaleza, y da como resultado una interacción relacional con el mundo. En cambio, el trabajo del hombre está caracterizado por la abstracción y el aislamiento. La ciencia se ha construido bajo estos parámetros masculinos de abstracción y cognición analítica, orientada hacia el dominio. Los grupos oprimidos, especialmente las mujeres, se encuentran en una posición privilegiada para construir un conocimiento más relacional, no dominador y no opresor.
Para Hartsock no hay nadie en una posición privilegiada en la que el conocimiento libre de valores se pueda desarrollar, pero algunas posiciones son mejores que otras. Los análisis desarrollados desde las posiciones de autoridad están deformados, son proferidos por agentes que distorsionan de forma sistemática las descripciones y los análisis desde posiciones sociales de ocupación de poder, en lo que coincide, además, el ecofeminismo.
En este sentido, tengo que reconocer que mi acercamiento a Hartsock vino de la mano de Donna Haraway, y también es de justicia decir que sin la lectura de algunas de las obras y artículos de Hartsock, hubiera sido mucho más complicado entender a aquella. Los conocimientos situados y la localización son conceptos fundamentales en ambas autoras para conformar mejores visiones del mundo, o al menos, como una condición teórica que puede dar lugar a la creación de alternativas. O, dicho de otro modo, son condiciones necesarias para actuar, pensar y conformar pensamientos y conciencias que tienen como objetivo la erradicación de la opresión, la democratización de la ciencia y la justicia social.
Por todo lo dicho, y sobre todo, por todo lo que no, considero importante un acercamiento al pensamiento de esta filósofa de la ciencia, cuya obra no únicamente se circunscribe a la epistemología feminista, sino que también atiende a la política, la globalización y la economía.
* María José Tacoronte Domínguez es profesora de lógica y filosofía de la ciencia en la ULL.
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