Margarita Costa (La Filosofía Británica en los siglos XVII y XVIII: Vigencia de su problemática)


Costa, M. (1995). La Filosofía Británica en los siglos XVII y XVIII: Vigencia de su problemática. Buenos Aires, Argentina: Fundec. 

Por Pablo Vera Vega *


Margarita Costa nació en 1926 y murió en 2020. Se licenció en el 68, durante la Revolución Argentina, en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeñó primero como profesora titular de Historia de la Filosofía Moderna en la Universidad Nacional de La Plata primero y después, ya en la Universidad de Buenos Aires, como titular también de Introducción a la Filosofía y de Fundamentos de Filosofía. Paralelamente dirigió el Instituto de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, la Asociación de Estudios Hobbesianos y fue Miembro fundador de Asociación Filosófica Argentina y del Centro de Investigaciones Filosóficas. Reconocida especialista en Historia de la Filosofía Moderna, participó en numerosos congresos y eventos científicos. Su trayectoria como investigadora le valió diversos reconocimientos, de entre los que destaca el Diploma al Mérito en Humanidades, Metafísica e Historia de la Filosofía, que le otorgó en el 99 por la Fundación Konex. Además de traducir a David Hume al español y de ser autora de numerosos artículos, publicó en 1995 La Filosofía Británica en los siglos XVII y XVIII: Vigencia de su problemática, que es la obra que aquí reseñaré, y en 2003 El empirismo coherente de Hume

La Filosofía Británica en los siglos XVII y XVIII no es una historia de la filosofía al uso. Comparada con, por ejemplo, la de Reale y Antiseri o la de Geymonat, uno puede advertir una serie de diferencias interesantes. Además de los límites espacio-temporales que obviamente se derivan de su tematización, se percibe que la historia de Costa no respeta la cronología. De hecho, a penas la tiene como guía. Se centra en las ideas, en los conceptos, en los debates y en las teorías, pero, aunque podría perfectamente ser en una parte una historia de ideas casi sin autor, agrupa los pensamientos en torno a los autores. ¿Y qué autores son? Principalmente Hobbes, Locke, Bentham, Hume y Berkeley, pero no faltan las menciones a Payley, a Boyle, a Clarke, a Hutcheson, a Gay, a Newton, etc. Ellos son, por así decirlo, los responsables de lo que ocurre en esa parcela del mundo de las ideas. Es desde esta responsabilidad desde donde se filtra el tiempo y el orden de su discurso, que no es ni acrónico ni es atemporal. No obstante, aunque para Costa las ideas no dejan de ser ideas sostenidas por alguien, evita el vicio biográfico y no pocas veces hagiográfico en el que tantas veces caen las historias de la filosofía. 

Son dos las partes en la que se estructura La Filosofía Británica en los siglos XVII y XVIII: la primera, dedicada a la filosofía moral, política y del derecho; y la segunda, dedicada a la epistemología, a la metafísica y a la filosofía del lenguaje. Quizás resulte licencioso o incluso lascivo destacar que justamente es esa última parte, la del capítulo octavo, precisamente en su dedicación a la filosofía del lenguaje la que, en mi opinión, más relevancia y originalidad ostenta. Poder profundizar en la reflexión en torno al lenguaje de, por ejemplo, Hobbes y de Locke sin tener que vérselas obligatoriamente ni con ingentes cantidades de erudición ni con sesudos análisis carentes por completo de contexto es, sin lugar a dudas, algo destacable. 

Igualmente interesante puede resultar el capítulo tercero, dedicado a las distintas morales de John Locke. Es bien sabido que la tradición filosófica, tenga o no una cierta inclinación historicista, tiene en mayor estima el pensamiento político de John Locke que las inquietudes morales —y al decir morales digo genuinamente morales— del mismo. Esto tiene sentido dado que en el conjunto de la obra lockeana, si comparamos la reflexión política con la moral, esta última palidece aunque sea sólo en principio por su cantidad. Sin embargo, que se nos presente tan límpidamente su inclinación deista, su opinión respecto de la libertad moral del hombre o sobre la existencia y consistencia de las reglas morales, puede favorecer además de, como es obvio, una mejor comprensión del pensamiento del autor en su totalidad, también puede aportar mucha claridad al pensamiento político de John Locke. 

Ya para finalizar, destacaré el capítulo quinto, “El problema de lo dado”, que resulta interesante tanto por su actualidad como su temática. La exposición en que consiste es perspicaz, rigurosa y altamente informativa. Cualquiera que haya enfrentado, con éxito final o no, al Mito de lo Dado, sea desde la dogmática sellarsiana, davidsoniana o deweyana, por mentar sólo algunas de las más típicas aproximaciones al problema de lo Dado, constatará la relevancia del estudio de Costa. Este capítulo está específicamente dedicado a la filosofía de Locke, de Hume y de Berkeley. Quizás la sección más relevante para lo que al Mito de lo Dado se refiere sea la de “El enigma de lo Dado”, que explica la oscilación realista que, indirecta e involuntariamente, Locke imprimió en todo el movimiento filosófico en favor de lo Dado. Esta cuestión, pero no menos las antes mentadas reflexiones morales, muestra el sentido y la justificación del subtítulo “Vigencia de su problemática”. Hoy, que parece que vivimos en medio de un nuevo posmodernismo —acaso de una nueva hipermodernidad— que se esfuerza en masificar la deconstrucción, repensar la estructura histórica por la que nació lo Dado, resulta perentorio para poder empezar a pensar nuestro presenta. En esta tarea crítica, el libro de Costa puede servirnos enormemente.


*Pablo Vera Vega es investigador predoctoral en el programa de doctorado interuniversitario en Filosofía de la ULL

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