Santa Cruz, M.I. (1993). Género y enseñanza de la Filosofía. Centro Editor de América Latina S.A. La filosofía y el filosofar. Problemas en su enseñanza (63-73).
Por Sonia Santana *
Acercarme a esta
filósofa argentina me ha recordado con una fuerza arrolladora el porqué de esta
deseada cita anual con la Sección de Filosofía de la Universidad de La Laguna y
su empeño, por necesario y urgente, en visibilizar el trabajo de las filósofas
del siglo XX. Y es que, a diferencia de muchos colegas hombres, cuyas
referencias bibliográficas son muy fáciles de encontrar, a la hora de indagar
en la de Santa Cruz, como en la de tantas otras mujeres filósofas, las
dificultades son obvias: escasas referencias, incluso biografía sin
cumplimentar en algunos casos, falta de información, etc. Es curioso, porque
lejos de desanimar, alienta a continuar con el empeño, dándose además la
circunstancia de que en esta ocasión, coincide nuestro propósito con el que la
autora tiene en el artículo que vamos a analizar.
Dentro de la
compilación de textos que forman el libro: La
Filosofía y el filosofar, Problemas en su enseñanza, Santa Cruz nos acerca
a uno de los conceptos que no solo encuentra las problemáticas propias del
ejercicio de toda enseñanza, sino que además topa con distintas polémicas, características
de concepciones nuevas, sino aún más, feroces resistencias, propias en este
caso, de muy diversos factores que iremos analizando junto con la autora, nos
referimos al concepto de ‘género’.
Santa Cruz examina en
este capítulo si la introducción transversal del género implica que mejore la
enseñanza de la Filosofía y en caso de que así sea, pretende dilucidar de qué
manera hacerlo. Para abordar esta propuesta, divide su planteamiento en tres
partes. Primero, comienza haciendo una defensa del propio concepto de género,
como el mejor de los términos para referirse a lo que suele llamarse “estudios
de la mujer”. Nombre que en su origen, los años 70, denotaba la lucha de las
mujeres por su autodeterminación en contraposición al imperante sexismo incluso
en movimientos de liberación de grupos oprimidos. Sin embargo, Santa Cruz cree
que “estudios de género”, es una denominación más ventajosa, por motivos
estratégicos, metodológicos y epistemológicos. Permite salvar ambigüedades
respecto al sujeto y al objeto de la investigación y centrarse en el fenómeno
que analiza. En definitiva, abre la perspectiva y posibilita un examen más
complejo y rico en tanto que el género es “la forma de los modos posibles de
asignación a seres humanos en relaciones duales, familiares o sociales, de
propiedades y funciones imaginariamente ligadas al sexo”.
En una segunda aproximación a su propósito, Santa Cruz señala la innegable y necesaria vinculación entre filosofía y género. Es interesante como manifiesta la necesidad de las feministas de beber de la tradición filosófica más allá de que esté marcada por una historia patriarcal. Se da la paradoja de que esta formación teórica, pese a poder criticarle que es parte de un discurso dominante del patriarcado, es a su vez la que nos ha dotado de las herramientas necesarias para elaborar el discurso argumentativo que aquí se expone. Solo desde ahí podemos manifestarlo y fundamentar la necesidad de modificarlo. Por decirlo con Santa Cruz: “La denuncia de la discriminación y la fundamentación de su injusticia se elaboran con las armas que el propio dominador nos ha dado”. La filosofía implica el ejercicio de la crítica y capacidad argumentativa. Ambos son clave para el feminismo. De esta manera, ni las feministas podemos prescindir de la filosofía, ni la filosofía del feminismo, si pretende seguir siendo un saber crítico y generador de conceptos que la sociedad exige. Resulta imposible pues, que la filosofía ignore la óptica del género, a riesgo, añade Santa Cruz, de no superar su sesgo sexista, androcéntrico, etnocéntrico y clasista, y en última instancia, de traicionarse a sí misma.
Llegamos así al tercer y último punto de la exposición, en el que lleva a cabo un análisis de los posibles modos de inserción de la temática del género en la enseñanza de la filosofía, y cuáles son las ventajas y desventajas que esta cuestión implica. Defiende que la única posibilidad para que esta inserción sea exitosa es que en todas y cada una de las asignaturas esté presente, atravesándolas, un enfoque de género. Cualquier otra opción como la de que haya unas asignaturas, incluso un grado o posgrado específicos, corren el peligro de generar ghettos y reforzar la marginalidad y el aislamiento. La opción defendida por Santa Cruz, refuerza ese carácter crítico al que apelábamos anteriormente y que es definitorio del ejercicio del filosofar. De esta manera, podemos afirmar que la puesta en marcha de esta opción, exige conciencia de género a quien enseña filosofía. Y no es fácil. Incluso a una feminista convencida le surgen seria dificultades a la hora de encarar la transmisión del valor de la tradición filosófica, salvando el sexismo que la caracteriza y sobre todo, las resistencias que los humanos implicados, ya antes de 1993 y ahora.
Necesario el texto de María Isabel Santa Cruz dilucidando esta problemática que ilumina, dotándolo de sentido, a este marzo de filósofas de la ULL. Urge abandonar la antifilosófica actitud de “comodidad intelectual” y reconocer el valor del feminismo, dejar de una vez por todas de ignorarlo, apropiarnos de él, tenerlo en cuenta y tomar posición fundada frente a él, ¡urge!
*Sonia Santana es graduada y máster en Filosofía por la ULL. Actualmente es profesora de filosofía en el IES Doramas.
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