7 de marzo: Patricia Churchland








Patricia Churchland (1943)


Mª Rosario Hernández Borges


Patricia Smith Churchland (1943) nació en Bristish Columbia (Canadá). Después de graduarse en la Universidad de Pittsburg, realizó sus estudios de posgrado en Oxford. Desde 1967 hasta 1983, impartió clases en la Universidad de Manitoba, y desde la década de los ochenta enseña e investiga en la Universidad de California San Diego y es profesora adjunta en el Instituto Salk.


La primera vez que la vi fue en mayo de 1991, en el Salón de actos de la Kutxa en San Sebastián (Donostia), donde se inauguró The Second International Colloquium on Cognitive Science. Creo que fue en la sesión inaugural o, al menos, en una de las primeras sesiones. J. Pollock comenzó su presentación con una diapositiva en la que su cara sustituía a la del león de la Metro. No me pudo parecer más egocéntrico. Así se las gastaban aquellos a los que había leído o de los que me habían hablado durante la carrera, pensé. Y entonces, casi recién empezada la charla, se oyó una voz que interpelaba a Pollock preguntándole qué tenía que ver lo que decía con la psicología (o con las creencias). No recuerdo la respuesta, ni estoy del todo segura de haberla entendido bien, pero me impresionó esa mujer alta, delgada y enérgica que había elegido las escaleras para sentarse y que interrumpía una charla porque parecía que los términos en los que se desarrollaba la estaban aburriendo. De ella solo recuerdo ese momento y del resto de ponentes invitados solo recuerdo la blanca barba de Dennett. Mi memoria es débil.

A pesar de esta debilidad creo que la impresión que me causó no está alejada de quién es realmente. Tanto en las entrevistas que le han hecho como en sus obras son muchas las referencias que hace a su actitud resiliente y poco autocomplaciente que le ha permitido superar los obstáculos que se ha ido encontrando a lo largo de su vida. El primero de esos obstáculos fue por ser mujer. ‘Las mujeres no pueden ser ingenieras químicas’ le dijeron sus profesores, tampoco se las admitía en la Facultad de Derecho. Así desaparecieron de sus opciones dos profesiones en las que había pensado. Asimismo, después de finalizar sus estudios preuniversitarios, varios de sus profesores de filosofía le desaconsejaron que siguiera estudiando en la universidad ya que las mujeres ‘no podían hacer filosofía’. Finalmente, y en contra de las recomendaciones, solicitó una beca y se graduó en esta materia. El segundo de esos obstáculos fue por rechazar la corriente imperante en la filosofía del momento, el método de análisis conceptual. En repetidas ocasiones se queja de que su posición filosófica fue menospreciada, ridiculizada y tergiversada. Con todo, lo que al principio de su carrera parecía una anomalía en el ámbito filosófico, ha sido cada vez aceptado con mayor naturalidad.

Su posición filosófica, que se sitúa en la interfaz entre la filosofía y la neurociencia, fue novedosa desde sus comienzos. Churchland atribuye las posibilidades que tuvo para iniciarse en esta nueva forma de entender la filosofía a que, por un lado, en los años que pasó en la Universidad de Manitoba no sintió la presión de publicar en la línea de la filosofía convencional, por lo que siguió formándose en temas relacionados con las ciencias biológicas y neurológicas. Por otro lado, su origen rural explicaba cierta tendencia a no dejarse deslumbrar por la retórica o el carisma sino por la contundencia de los hechos.

El traslado de Churchland a la Universidad de California San Diego, en 1984, fue facilitado por Francis Crick quien organizó un grupo de investigación en neurociencia en el Instituto Salk. La influencia de Crick en su carrera y su colaboración con él es sistemáticamente reconocida en las obras de Churchland. Es en esa época cuando escribe su primera gran obra, Neurophilosophy.

Neurophilosophy. Towards a Unified Science of the Mind/Brain, publicado en 1986, causó revuelo entre sus compañeros de profesión. Churchland fue la primera en usar el término “neurofilosofía” en una publicación. La neurofilosofía sostiene que para entender la mente se necesita entender el cerebro; es decir, que temas como la toma de decisión, la resolución de problemas, la conciencia o el autocontrol se fundamentan en mecanismos neurobiológicos. Esta perspectiva no solo supone un claro rechazo al dualismo ontológico, sino que abraza como necesaria la investigación neurocientífica para dar respuestas adecuadas a muchas de las preguntas filosóficas tradicionales. Su posición epistemológica es, por tanto, naturalista y reduccionista.

Lo que para Patricia Churchland era un giro necesario dados los avances de la neurociencia en los años setenta, significaba para la filosofía no solo la renuncia a la independencia como disciplina, sino la destrucción de la misma. Con esta posición, Churchland se enfrenta a la posición analítica dominante ya que la ve como una especulación que ignora los hechos y que no permite conocer la naturaleza de las cosas.

El reduccionismo neurocientífico no supone, contrariamente a lo que algunos de sus críticos han sostenido, la eliminación de lo reducido. La reducción de un fenómeno con cierta organización consiste en explicarlo a un nivel más bajo. No significa que ese fenómeno no sea real. Así pasa, por ejemplo, con la conciencia o el yo, fenómenos reales que correlacionan con actividades cerebrales. Lo mismo sucede con el libre albedrío. Si se entiende como causa no causada, como un alma no física, no existe; pero si se entiende como autocontrol, en términos de rutas en el córtex prefrontal moduladas por estructuras que regulan emociones e impulsos y que madura por el desarrollo del organismo, entonces pueden explicarse sus causas cerebrales e, incluso, se podría aplicar a otros mamíferos.

Al tema de los orígenes de los valores morales ha dedicado su libro Braintrust. What neuroscience tells us about morality (2011) [el único traducido al español por ahora]. Su objetivo en esta obra es entender las bases de la moralidad a partir de la sociabilidad de los mamíferos sociales. Para ello propone que lo que llamamos moralidad se entienda como un plan para la conducta social que tiene cuatro dimensiones:  el cuidado de la descendencia, el reconocimiento de los estados mentales de los otros que supone beneficios a la hora de predecir las conductas, la resolución de problemas en un contexto social (cómo deberíamos distribuir los recursos o sancionar a los malhechores) y el aprendizaje de prácticas sociales (por refuerzo positivo y negativo, por imitación, ...). Aunque limitados, por el momento, los estudios sobre el cerebro pueden arrojar luz a esta hipótesis.

Churchland es optimista acerca de cómo futuras investigaciones en neurociencia nos explicarán cómo somos y mejorarán nuestras vidas.

Más información sobre Patricia Churchland en su web, en esta entrevista en inglés y en esta entrevista en español.











Ilustración de Elena Gutiérrez Roecker 

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