Jeanne Hersch (1910-2000)
Álvaro Domínguez Armas*
Para mí Jeanne Hersch es una caja de sorpresas. La filósofa suiza nacida en 1910, y fallecida en el 2000, ha tratado un amplio abanico de temas que son de gran interés para la filosofía actual. Mi acercamiento a su pensamiento surgió a partir de su obra El derecho de ser un hombre (1968), a la que llegué investigando sobre la filosofía del derecho, aunque éste no es el único aspecto que me ha hecho considerar a Hersch una filósofa muy interesante. Haré hincapié en dos ideas transversales en su pensamiento, la primera es la cuestión del Derecho y la segunda es la defensa del “asombro” como el motor del pensamiento filosófico.
Para realizar un esbozo sobre la perspectiva de Hersch sobre el Derecho, es necesario nombrar las dos facultades particulares que la autora entiende como constitutivas del hecho de ser hombre, a saber: la facultad de pensar y la de decidir. Aunque parezcan dos aspectos banales. y fáciles de cumplir, Hersch refuta esta simplicidad ya que, para que se realicen, se necesita relegar y suspender las amenazas fundamentales que pesan sobre ellas. Algunas de ellas serían, por ejemplo, el hambre, el frío, el apremio físico o la muerte violenta. Al hacerlo, los individuos no tendrán su pensamiento coaccionado por estos elementos y verán reflejado, en su voluntad de decidir, lo mismo que le pasa en su cuerpo; sería “como si se enderezara y dejara de andar en cuatro patas para tomar la posición vertical”.
Por lo tanto, podríamos decir que la función del Derecho prima facie es que ninguna coacción física impida al individuo pensar y decidir por sí mismo. Es decir, que el uso de sus brazos no se vea impedido por un par de esposas y que pueda servirse de sus manos, de sus pies, de su voz, de su pluma y cualquier medio útil. Para ella, los pensamientos y decisiones que no se encarnan (o no se pueden encarnar debido a las coacciones antes mencionadas) en la realidad común conservan la inconsistencia de los sueños. Así, para darle consistencia a estas facultades, Jeanne Hersch creía que era vital la instauración de un proyecto legislativo común que atañese a todos los seres humanos. Para defender la legitimidad de este proyecto, recoge, en su obra El derecho de ser un hombre (1968), múltiples formas de expresión que se han dado a lo largo de la historia (fragmentos de tragedias, fábulas, textos legislativos, refraneros populares, inscripciones funerarias…) con el fin de ilustrar que el hombre no ha cesado de reivindicar, para sí y para los demás, el derecho a ser lo que tiene vocación de ser.
Cabe destacar que la aportación de Jeanne Hersch al pensamiento filosófico no se queda únicamente en el ámbito teórico. En 1960 fue la encargada de crear, y dirigir, la división de filosofía de la UNESCO y, en 1966, se convierte en la representante de Suiza en el consejo ejecutivo de las Naciones Unidas. Fue la primera mujer profesora de filosofía de la Universidad de Ginebra, donde ejerció su labor docente desde 1956.
Para Hersch la enseñanza de la filosofía como una sucesión de preguntas e ideas inconexas entre si es una locura. Defendió que la historia de la filosofía puede contarse a través de un nexo que une a todos los pensadores, a saber, el “asombro”. Pero un asombro entendido como la causa de las preguntas esenciales que, a partir de su formulación, no han dejado de plantearse y reformularse de distintas maneras. De ahí que, en su obra El gran asombro. La curiosidad como estímulo de la historia de la filosofía (1981), reestructura la historia de la filosofía desde una perspectiva más cercana, que hace presos, a los grandes pensadores, de una emoción común, esto es, del asombro y de la curiosidad de los que surgió la filosofía.
Con esta idea, Hersch trata de inducir al lector a filosofar por sí mismo. Para ello, lo invita a retomar aquellas preguntas que, en su momento, despertaron un sentimiento de incertidumbre en los pensadores occidentales, llevando, de manera inevitable, a “maravillarse por la profundidad conceptual que suscitan sus respuestas”. Ahora bien, en la edad de la ciencia, donde creemos saberlo casi todo, ¿serémos capaces de asombrarnos por algo? Ella tenía una respuesta clara a esta cuestión, y es que, pase lo que pase, nada podrá eliminar al asombro, pues es esencial a la condición humana. Aunque debamos buscar nuevas preguntas (o reformular las antiguas), no por ello nos dejaremos de asombrar.
Estas ideas son las que hacen de Jeanne Hersch una filósofa de capital importancia. No sólo realizó aportaciones vitales para la división de Filosofía de la UNESCO o la defensa de los Derechos Humanos, también hizo de la historia del pensamiento algo más accesible para aquellos que se están iniciando en el camino de la filosofía; una realidad más cercana a sus intereses y contextos. En definitiva, un conocimiento más cercano para aquellos que, en un futuro, podrían ser los que se asombren ante nuevas preguntas filosóficas.
*Álvaro Domínguez Armas realizó el máster interuniversitario de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la ULL.
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