9 de marzo: Michèle Le Doeuff (Ana Isabel Hernández Rodríguez)








Michèle Le Doeuff (1948)


Ana Isabel Hernández Rodríguez



Casi siempre, las mujeres y los hombres que hacen de la filosofía una forma de vida tienen algunas obras filosóficas, o tal vez literarias, que guardan con celo como libros de cabecera y por los que suelen manifestar una preferencia especial y a los que acuden con frecuencia. En mi caso, uno de esos libros es el ensayo El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir, y también la Ética (1677) de Baruch de Spinoza, además de otros muchos que no cabe ahora mencionar por no hacer una lista interminable. Sin embargo, esos libros de cabecera, tras sus muchas lecturas y relecturas, terminan por ir acompañados de otras obras que, por algún tipo de proximidad, complementan o puntualizan la obra original. Incluso, a veces, no buscando la loa sino la crítica. Esta es una de las razones que hacen imprescindible a la autora elegida.

La filósofa Michèle Le Doeuff, especialista y pionera en los estudios beauvoirianos, nació en 1948 y es una antigua alumna de la Escuela Normal Superior de Fontenay que defendió su tesis doctoral en la Universidad de la Sorbona en 1980. Son de su autoría L’imaginaire philosophique (1980) y Le sexe du savoir (1998).  L’étude et le Rouet. Des femmes, de la philosophie, etc. (1989) es su obra más conocida y la única que ha sido traducida al español en 1993. En ella conceptualiza, de una forma genuina, el “problema de las mujeres” en el campo de la filosofía. Un “problema” al que venía dándole vueltas desde que, en 1977, conociera a un grupo de filósofas feministas en Gran Bretaña tras la publicación de uno de sus artículos más difundidos: “Cabellos largos e ideas cortas”.

A mi parecer, Le Doeuff ayuda a advertir matices hasta entonces velados en las páginas de El segundo sexo. Sobre todo, por su lectura más acorde con los tiempos actuales. Así, por ejemplo, cuando Beauvoir afirma que es la literatura, y no la filosofía, el universo donde no le cuesta reconocerse, ello es un síntoma de una peculiaridad de la propia filosofía en su vertiente más académica o canónica: estar construida “sobre el rechazo de un cierto número de realidades, una de las cuales [es] precisamente [la de las mujeres]”. A este respecto, en El estudio y la rueca podemos encontrar una apreciación, a mi juicio especialmente dura, que no estuvo exenta de polémica: “El Segundo sexo es también un libro de amor y ella aporta a su canastilla de boda monogámica una confirmación singular de la validez del sartrismo”.           
                       
No extraña, entonces, que la filosofía de Le Doeuff sea un exponente crucial de un pensamiento que apuesta por la diferencia, por pensar las cosas de “otra” manera y recuperar las voces enterradas y desplazadas hacia los márgenes del canon filosófico. Además, se suma a autoras como Julia Kristeva, Annie Leclerc, Christine Delphy y Luce Irigaray, es decir, a la nómina de la teoría de la diferencia sexual que es de las más conocidas en el ámbito de la semiótica, la filosofía y el psicoanálisis. Dicho de otro modo, Le Doeuff sigue el camino postmoderno de la crisis de la razón, detectando las contradicciones internas de la narrativa occidental que prima el concepto incorpóreo de certeza de identificación masculina. He aquí un llamamiento, a todas luces subversivo, a romper con las relaciones duales y afrontar los problemas y las soluciones de la existencia a través de una nueva y renovada imaginación filosófica. ¿Qué pasaría si nos atreviéramos a escapar de la dinámica restrictiva del sujeto y del objeto? ¿Seríamos capaces de imaginar filosóficamente un tercer término que ya no se desgasta ni lucha por aplastar a su contrario? Se trataría, en definitiva, de hacer de la filosofía un camino “otro” hacia una libertad no entendida en términos tradicionales y allende las dinámicas dialécticas de los valores y los contra-valores. Le Doeuff nos arranca de la mirada ingenua sobre la filosofía y la denominada, desde Aristóteles, “reina de las ciencias” se devela, en su historización, como una especie de transferencia de tintes tan eróticos como teóricos entre varones. La filosofía no es un amor desinteresado e inacabable hacia el acercamiento omniabarcante de lo que existe, sino un producto humano más con sus sesgos, intereses y miserias. Una disciplina plagada de particularidades. Un fruto, en definitiva, que parte de las dicotomías nucleares y vertebradoras del imaginario del patriarcado: verdad y mentira, razón y cuerpo, positivo y negativo… así como de la dualidad matriz que ejerce la gran hegemonía fantasmagórica sobre la que descansan y cobran sentido todas las demás, a saber, el hombre y la mujer.













Ana Isabel Hernández Rodríguez es doctora en Filosofía por la Universidad de La Laguna.

Ilustración de Elena Gutiérrez Roecker

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